El sol le quemaba de ceniza unas mechas doradas. Aturdida de sed que no se deja morir por un jinete payaso que al robot le robo sus movimientos. Sus ojos que no mienten más toman sin semáforo esperando el instante de explosión. Caen escondiéndose sus grutas lejanas que pierden sentido sin los animales que las orbiten. Cada nueva capa oculta un negro que la pollera no deja disimular más allá de la cintura. Pero esos labios pegados y apretados lo esperan aferrados de gravedad a un asiento de reina vacía. Cada presión con fuerza busca no mojarse por el roce de sus palabras alejadas. La canción son banderas de colores que no puede adaptar. Pronto se verá en el enjambre de una mandíbula quieta y un corazón latiendo a un ritmo desenfrenético. No son más que dos las opciones que duda y tarde se percata que no le queda tiempo.

30.05.2014 Agadir