Armando ya era anciano, aunque añoraba algunos años antiguos antes que Alejo asumiera. Atendía una anticuaria armería alemana. Abría el almacén al amanecer, avalando su asistencia absoluta. Y antes que algún artesano se acercara, alzaba sus armas articulando arcos al aire.

A menudo, a alguien le atraía alguna añejada arma; que agarraba alto asimilando un asesino. Adquirían el arma argumentando alcanzar algún ave o algún árbol. Armando se aseguraba que se asumiera el arte de articular el arma.

Alejo, además de asignarse el hacer ante la asociación de armeros, armaba amenazas hacía los alemanes hartando a Armando, alcanzando hasta asustarlo. Había un africano en la asociación ardiendo de asco hacia Alejo, aunque aprendió a atenerse.

24/04/2010 Yendo de Aix a lo de Ana