Cruzan en silencio estos hermanos las vías del abandonado tren San Martín en la fiera de América del sur, Buenos Aires. El barrio de los que alguna vez fue Villa del Parque parece despoblado, pero dentro de sus ruinas, en esos edificios agujereados por los misiles droides de la Confederación viven refugiados de las ex-naciones unidas, hoy líderes de los grupos deportados.
Tienen los ojos abiertos y atentos, porque no lejos, la antigua facultad de agronomía es sede central de uno de los grupos más importantes, los burócratas, llamados así por su posición en los puestos del gobierno-pueblo de la Confederación. Sus defensas son precisas y sus droides mortales.

Su abuelo que vivió la gran revolución mundial hace 600 años solía contarles cuando la ciudad de Buenos Aires pasó de ser parte de los llamado países para quedar a la deriva y fuera del gran muro de la Confederación. Él es uno de los "elders" que quedan que vivieron el principio del milenio y se dieron los primeros sueros de crispr/cas. Hoy en día es imposible conseguir uno, claro esté mientras no vivas en la Confederación en donde todos los engendran artificialmente. Pero aún así, con sus 819 años, el viejo se mantiene con un pequeño bastón de madera verdadera, grita al hablar y tiene tics molestos que dan señal que vivió millones de momentos. Dice que tiene casi el noventa por ciento de su capacidad ocupada, claro que tiene mucha menos que los que nacieron en la Confederación.

Los drones de los burócratas están alertas en busca de infracciones, pero mejor que no te encuentren, no porque no te pase nada, si no porque pasar por el sistema es estresante, largo que hasta hay algunos en trámite por años y sobre todo podes llegar a ir al manto, que es lo más profundo escavado con casi 100 kilómetros de profundidades, una una ciudad inmensa debajo de agronomía.

— Shh. — dice Aareon — Vas a atraer un burro — refiriéndose a los droides burócratas.
— No entiendo porqué tenemos que hacer esto — responde su hermano.
— Shh. — replica el mayor.

Mientras entran a un edificio sobre Pedro Lozano, su fachada está impecable, pero no queda nada de la parte de atrás. Trepar para subir es su única opción.

Habían visto una sobre en el tercer piso, cuando la cabeza de Aareon asomó el segundo piso, una itaca pajera le tocaba el bocho. Segundos después se escucha el grito despavorido de la PAX de Claudio, un descendiente de los primeros disertantes y combatientes en la guerras de división. Otro segundo después, cae una chica con un arma apuntando al pequeño, quien a case medio metro del borde del tercer piso, caía desmallado en los brazos maternos de Martina, la esposa de Claudio. Ágiles como serpientes, los hermanos quedaron apresados en una jaula que encerraba el octavo piso del medio edificio, desde donde tenían ista del inmenso agujero en la tierra de case tres naves Jupiter juntas.

— Sabía que no era buena idea cruzar por Cuenca, el paso siempre tiene sensores — se repudió a si mismo Aareon, que con 16 años no tuvo ni que dos oportunidades de salir de Córdoba, uno de los últimos grupos comunistas que quedaron de la época de la revolución mundial.
— No estamos tan mal — contestó su hermano que con menos experiencia y positivismo intenta levantar el ánimo.
— No sabemos nada de esta familia, como esperan que la encontremos, están locos — entre que se habla y que responde a su compañero — ni te creas que vamos a volver a ver al nono.

En un estallido mudo, el nene se larga a llorar y aunque ningún sonido inunda el silencio, Martina entra a la celda y lo abraza, emite unas palabras de odio inaudibles hacia Aareon, que por ser el mayor, ella rechaza.

La luna duplica su tamaño en unas horas que Aareon la contempla en meditación. Se ve interrumpida por Claudio que entra sin su escopeta, con una jarra de un liquido espeso y entre verde y marrón. Con una actitud relajada mueve los labios como diciendo palabras, pero ningún sonido produce. Habla, o más bien hace como si hablara, el nuevo porteño que el visitante comprende, pero no logra leerle los labios.
Claudio se despide y le deja la jarra.

De mal entusiasmo bebe el líquido tibio y dentro encuentra un choclo, Aareon nunca había visto uno, y lo conocía solo por libros antiguos que husmeaba de la biblioteca de la universidad de Córdoba. Su sabor era asfixiante, sus granos se desprendían con la lengua y su jugo despertaba su garganta sensaciones desconocidas. Su dieta se basaba en arroz en todas sus formas: desde hamburguesas hasta té.

La noche era clara y templada, no fue si no hasta que la gran luz de la ciudad subterránea se apagó que logró dormirse Aareon, a pesar de los negocios de la superficie y de una atmósfera despertando. Siente unas aves paradas en los garrotes exteriores cantar a un nivel que no creía posible, y escucha tocar la puerta. Cuatro chicas entran y sin decir una palabra le quitan la ropa y lo visten con traje de seda que nunca había sentido, su uniforme de algodón es su única muda de ropa hace seis meses cuando su casa fue saqueada por última vez, y en cambio esta se resbalaba por la piel y le relajaba el cuerpo. Enseguida las chicas salieron dejando la puerta abierta, detrás Aareon se encontró con Claudio que le mostró un espejo. No lo podía creer, ellos no les era posible tener un espejo porque son objetos de extremado valor, y ahora se encontraba ante uno que le mostraba de la cabeza a los pies. No fue ni antes que la segunda vuelta frente al espejo que Claudio comenzó a pedalear un ascensor individual, Aareon lo siguió.

El séptimo piso estaba tapeado con chapas y no es veía para adentro, bajando por ese piso sintió escalofrío. Y ya en el quinto piso vio a las chicas PAX, era un montón pero se distinguían por las polleras, algunas era rojas con puntitos y otras azules con formas geométricas; también vio a Martina sentada a la punta de una tabla larga con las PAX a sus espaldas.

— Aareon — el menor de los hermano al verlo bajar en el ascensor manual. Vestía un traje similar al de seda natural, pero en un verde oscuro. Se encontraba parado al lado de Martina.
— ¿Cómo estás? ¿Te hicieron algo? — preguntó mientras lo abrazaba — ¿Cómo está Iv? — continuó al ver que su hermanito no reaccionaba. — Shh — saltó a cortarle la pregunta.

Martina pegó un salto de la silla e hizo un grito de maullido que volvió como bestias a las dulces PAX. Enseguida su esposo se le acercó y hablando sin emmitir sonido logró calmarla, no sin que pidiera que le trajeran una copa de un liquido color sangre. Estaban comiendo una especie de pan blanco y duro, Claudio se sentó y le invitó un pedazo. Aareon pensó que si era tan rico como el choclo lo tenía que probar, pero sus ansias de seguir viaje lo apresuraron. Tomó a su hermano del brazo y corrió al ascensor, con gran esfuerzo descendió y se encontraron con el calor agobiante del asfalto roto. A los cincuenta metros dejaron de correr, un tanto porque nadie los perseguía y otro porque Aareon vio unos wlens tirados en el piso, claro está que no sabía lo que era y lo que podía ocurrirle a la mente no entrenada.

Su hermanito lo apuró a continuar, tenía miedo y extrañaba al nono. Aareon lo levantó en sus hombros y corrió varias cuadras pero no pudo seguir porque la seda los hacía resbalarse. Pronto el olor era evidente y luego empezó a ser insoportable, ambos corrieron sin éxito y entraron en una vieja farmacia en donde lograron soportar el olor nauseabundo. Buscando algún elemento para respirar el olor, el más pequeño encontró una bola holográfica que comenzó a reproducir un vlog de un respetado doctor Cordobés, pero no dijo una palabra que Aareon lo apago de un golpe que hizo que cayera al piso. Ruido de vidrio llenó la destrozada farmacia que causó el encendido de la alarma, que comenzó a inspeccionar el lugar con un barrido laser.

27/11/2016