Entra a la casa, él no está, tenía la llave desde hace un tiempo, pero fue la primera vez que la llevaba consigo a la de su hijo. El lugar estaba ordenado, y algunas cosas empacadas en cajas; las persianas cerradas completamente que dejaban un aire tenso bajo las blancas lamparas de bajo consumo. Julia entró a la cocina sin percatarse de la carta sobre la mesada. La lapicera se entraba al lado y el agua de la pava aún estaba caliente, al tocarla se quemó un poco la punta de los dedos.

Comenzó a leer: "Esto es un adios. Me voy como se alejan de la manada los lobos heridos, con dolor pero con confianza, sabiendo que su vida aún no terminó y lo que reste deben pasarlo en soledad.
Te quiero má".

Las lagrimas no la dejaron leerlo de corrido, pero conocía las palabras, él las repetía como proverbio.

19/07/2017