El siguiente es mi viaje en bicicleta por Neuquén entre el 6 de enero y el 8 de marzo de 2018.

CAPÍTULO ZERO. LLEGANDO

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Ah, la ironía de las decisiones en donde uno puede caer por pensar sin mirar a lo que la sociedad considera, tomar un micro a lo más cerca de donde queremos estar no es siempre lo mejor que podemos hacer, y si nos quedamos sin pasaje, esperar a último momento que el de la empresa va a venir a decirte que se bajaron dos, en vez de planear caminar al dique, no llegar y dormir al lado de la ruta.

11/1

Ah, la ironía de estar tres días en Malargüe por una tormenta que obligó a cortar la ruta cuarenta y en un destello de claridad el micro salió a aventurarse; y a llegar a la frontera se vió el río por sobre el camino y su bifurcación alternativa comprendía una subida que dejó sin aliento al pobre motor y sus pasajeros que en conjunto trabajaron a las tres de la madrugada bajo un cielo completamente estrellado para tapar los agujeros dejados por las ruedas sobrecargadas. Con el sol en lo alto por fin se llegó a Buta Ranquíl en donde el ciclista (moi) y el mochilero (Mati) quedaron esperando al vendedor (Rodri) por dos noches en el polideportivo.

CAPÍTULO I. CUMBRES

15/1

Poco se avanzó en la espera del tercer integrante, pero en la mañana del Domingo partimos via la ruta provincial del peor estado visto hacia la base del cerro Tromen. La cumbre se vislumbraba desde abajo y se veía tan cerca que nuestro primer tramo fue desmesurado, pasando entre árboles bajos, de florcitas amarillas y una corteza del mismo color dura como plástico, bordeando un arroyo seco llegamos al pie de la colada de basalto en donde la pendiente crecía y las piedras dificultaban el ascenso. Vigitalndo la altura en el GPS submímos unos trecientos metros por hora, parando a hidratar, en donde el terreno y pendiente continuaron igual; cuando vimos los 3400 msnm comenzó una fuerte pendiente, un perro cachorro que nos acompañó llorando por agua, bajó con el primer grupo que había llegado a la cumbre.

Matías comenzó a subir más rápido y nos dejó a Rodrigo y a mí al ritmo de las cansadas rodillas del vendedor de seguros, a quien le costó un increíble esfuerzo llegar a la laguna casi la cumbre a las 14:30, ocho horas desde el comienzo del trekking, yo me quedé a su velocidad intentando dar palabras de aliento. Resguardados del viento, enfrente al agua estancada de una de las calderas apagadas del volcán, con manchones de hielo a la vista que se derretían reemplazando el agua evaporada de la laguna, comimos. El valiente Rodrigo salió primero a hacer los 50 metros que nos separaban de la cumbre, mientras se escuchaba como una tormenta se iba formando y los primeros copos de nieve caían, pero ya estábamos y sin la mochila subimos la pendiente hacia la cumbre, en donde firmamos el libro y nos sacamos fotos.

A la hora de haber llegado a la laguna comenzamos a bajar por tierra y piedras, casi como esquiando se me iban llenando las zapatillas de piedras y tenía que para a vaciarlas a cada rato; el tiempo iba empeorando y bajado 300 metros el granizo nos empezó a pegar fuerte, los rayos caían a pocos metros y los truenos traían las peores pesadillas: Matías andaba asustado y lo mandé con el último guía del grupo que bajaba delante nuestro y me quedé con el lento y cansado Rodrigo. Por suerte llegando a la mitad del descenso el tiempo mejoró y el resto fue largo, cansador, pero sin problemas.

Yo llegué con una migraña que había comenzado por la altura y el poco dormir (tres horas) de la noche anterior, un tobillo medio dolido, las piernas rojas y un cansancio agotador.

21/1

Hicimos la ruta a Chos Malal desmotivamos de hacer el volcán Domuyo, en cambio nos habíamos decidido por otro más bajo, más fácil. Así fue com en la cola interminable para cargar nafta nos despedimos de Matías y nos preparamos unos mates con unas ricas medialunas de la panadería local, agarramos la ruta al oeste y lo vimos, impetuoso. En nuestra cabeza seguían dando vueltas las ideas de como hacerlo, que si lo subimos desde 3200 msnm directamente, que si dormimos una noche en 3800 msnm para aclimatar y sobre todo algo que nos dijo la chica de información turística: había un arriero que porteaba convencido que es lo que teníamos que hacer, a mi me sonaba bien adentro pero sabía que era un mal necesario, aumentaba las posibilidades de hacer cumbre.

Continuamos la ruta pasndo por Andacollo, Las Ovejas -en donde el sábado había fiesta y llegando al mediodía a Varvarco en donde bajamos a inscribirnos para hacer el ascenso al Domuyo, nos informaron del buen tiempo y que había dos grupos más que habían subido a la mañana. Saliendo de la oficina de turismo vimos una de las ruedas de la camioneta pinchada, por suerte el segundo y último gomero del pueblo estaba y nos la parcheó enseguida. Saludando a todo el mundo caímos a comprar los peores sandwiches de milenesa del territorio argentino, los cuales tiramos y comenzamos la ruta hacia el playón, base del Domuyo. Bajamos hasta un ranchito en donde una vertiente formaba un pequeño lago, las hijas de Heraldo jugaban y hablamos con la esposa para dejarle los tre bultos a 1500 pesos para que cuando su marido bajara y después de almorzar nos subiera las cosas a 3200 msnm.

Empezamos el trekking a las tres y media de la tarde, caminamos por un sendero marcado y luego de la tercer flecha -convenientemnente amarilla en carteles de madera- cruzamos un puente de troncos sobre grandes piedras por encima del turbulento río Convuco (o Varvarco?), como a la hora pasamos por un afluente en donde cargamos nuestras botellas y seguimos. Empezamos a ver pequeños lagos de deshielo en donde tomamos algunas fotos y ya por la tercer hora despedimos el róp que veníamos siguiendo, paramos en las primeras pircas hecho como refugio en donde alcanzo Heraldo en su caballo y una mula con nuestras cosas. Veinte minutos después llegamos al campamento de 3200 msnm en donde pasmos un rato hablando con Christian, el guía de uno de los grupos de 44 personas y 3 más guías; reforzamos nuestra pirca, armamos la carpa e hicimos fideos con fileto y queso rallado.

A las seis sonó el despertador pero no me levanté hasta las y media, Rodrigo calentó agua e hicimos unos cafés con galletitas, desarmamos la carpa y a las ocho estábamos listos para empezar la subida al campamento de 3800 msnm. Antes que nosotros había salido el otro grupo que aunque sin guía, los encabezaba un viejo que ya había hecho varias cumbres, iba con su nieto de 13 años que a los once había sigo el más chico en hacer el Tromen y una pareja de NQN capital. Primero pensábamos que todos íbamos a hacer noche en el segundo campamento pero a los cuatro los vimos salir sin las carpas, luego los guías del grande nos confirmaron que ellos también iban a hacer cumbre directamente del primer campamento y subir al segundo a dejar equipo y aclimatar. Caminamos con todo nuestro equipo, primero subiendo un lomo hasta unas pircas en donde vimos el camino del valle por donde iba el viejo y el camino que faldeaba el monte que el que teníamos que tomar, hacerlo hasta el filo nos llevó unas dos horas ya que parábamos luego de cada pendiente, pero ya con la vista al otro lado hicimos una pausa de una hora hasta que el grupo grande nos alcanzó y continuamos caminando de ahí al segundo campamento, nos pasaron, pero enseguida llegamos.

Desde arriba se veía el Tromen, había unos cinco lugares con pircas para poner la carpa y pasando un poco de nieve había un pequeño arroyo que se formaba del deshielo de un pequeño glaciar más arriba pero se perdía como a las cinco de la tarde por re-congelarse. El grupo almorzó ahí, al igual que nosotros, dejó las cosas y se fue para abajo. Nosotros armamos la carpa y nos pasamos la tarde reforzando la pirca de a poco, como a las cinco cocinamos y ya nos metimos en la carpa pero hasta como las nueve y media no nos dormimos ya que nos quedamos hablando de todo un poco.

El despertador par el día de cumbre sonó a la cinco, ya que sabíamos que a las siete había que estar al pie de la montada, planeamos salir a las seis, pero a los pocos minutos de despertarnos escuchamos voces, era el grupo de cuatro. Rodrigo quería salir con ellos , pero yo le retuve. Al ratito que el viejo, el chico y la pareja partieran llegó el grupo grande, ahí ya teníamos el desayuno listo y se empezaban a ver las primeras luces, armamos todo, ordenamos adentro de la carpa, ya que uno del grupo no se sentía bien y nos pidió quedarse dentro y a pocos pasos de ellos salimos, nos unimos debajo de la montada en donde un guía de ellos estaba poniendo una cuerda para subirla y tuvo que ir a ayudar al primer grupo que subió sin crampones por el lado equivocado. La espera fue algo larga pero después de calzarnos los crampones subimos con el grupo usando un nudo marshall ala cuerda que habían colocado, arriba nos los sacamos y continuamos con el grupo, pasamos a los cuatro y justo antes de la última subida paramos todos. Cuando se empezaron acomodar para ir a la cima, salimos adelante y llegamos primeros.

En la cumbre nos sacamos fotos hasta que llegaron los demás y emprendimos la vuelta lentamente, al llegar donde dejamos la carpa empezamos a ordenar, almorzamos y descansamos un buen rato, yo pude descansar un rato más que ya bajé más rápido y por suerte me ayudó a alivianar el dolor de cabeza que me había empezado al bajar. El grupo grande, se había dividido y el lento llegó al campamento justo cuando estábamos por salir, bajamos lentamente y al pasar por 3200 msnm devolvimos coordines y cintas que nos habían prestado y continuamos viaje abajo con todas nuestras cosas, paramos en la vertiente en donde mojamos los pies y cerca de las ocho de la noche estábamos en el playón.

Por desgracia encontramos una rueda pinchada, que cambiamos por la de auxilio hasta entrada la noche, cocinamos entre domos y dormimos dentro del auto.

CAPÍTULO II. PARAÍSO

23/1

Fatigado de la montaña impetuosa que deja solo por instantes la puerta abierta a la vida y que su vasto pedregumbre se esconden los sueños de quienes la alcanzan, sin poder sentir el calor de sus aguas ni ver la furia de sus geisers, sin descansar un día en el cuartel de bomberos, empecé la ruta seis, dos horas un viernes y apenas unas horas más el siguiente día, encontré el lugar que fue mi spa, mi escondite, mi pequeño paraíso.

Entre dos árboles que me proporcionaban sombra a la mañana colgué mi hamaca, lo relajante de pasar los días colgado no pude haberlo cambiado por nada. Lamentablemente el primer día llegué tarde al arroyo que bajbaa del deshielo de la montaña vecina, el río turbulento que pasaba a mis pocos metros me baño, me sació de los calores y me encontró como compañero durante tres días. Fue al segundo día que aprendí las mañas del lugar: buscar agua en la mañana, cuidarse de los tábanos -que comieron mi piernas y acechaba mi espalda- y cocinar por la tarde.

Desde mis aposentos veía el río, árboles y por detrás tres capas de montañas que se fusionaban espléndidamente y formaban un cuadro sin escala, donde uno se creía tan cerca como quisiese y tan dentro como se es posible. Las primeras dos noches llovió, pero fue tan bien recibida que formó una alegría que hizo que la sequedad de este semi-desierto se fuera de mis pensamientos y el ruido en la lona marcara los latidos de mi corazón. Luego las garzas se posaron a batir y cepillarse las plumas a poco metros que hizo que si sueño volara por encima de todo como un ave y se encontrara realizado entre las arenas aún húmedas a la mañana siguiente.

El tercer día nada era un problema, me quité la ropa y nadé por el río turbulento unos instantes, fue una experiencia de bastante adrenalina que llevó a pasrme la tarde desnudo en mi pequeño paraíso, como si se hubiese quedado con ganas, esa tarde, el río, se llevo mi única cuchara, pera la noche me regaló la luna y las estrellas. Al día siguiente, ya recuperado del Domuyo, la ruta debía continuar.

CAPÍTULO III. HISTORIAS DE PUEBLO

26/1

El Cholar es un lugar intrigante, llegué por la mañana y durante mi desayuno paró una Ford vieja a saludarme, el hombre bajó y me estrechó la mano, me contó del lugar, sus cursos de agua y como seguía mi ruta -que por suerte trajo buenas noticias, notablemente él no la nombró. Dejé el campamento al lado del río, pase por turismo -quien me regaló una cuchara nueva (para mi), hice algunas compras y en el deportivo municipal, haciendo arreglo para bañarme y pasar la noche, el técnico que instaba nuevas canillas de agua en el predio me habló de la curandera por primera vez: "Viene de Buenos Aires y convence a mucha gente a mudarse al pueblo". Pasó desapercibido en mi, hice mi mudanza a sus instalaciones que estaban siempre equipadas para la fiesta de ñaco en dos semanas: probaron un caballo de doma en lo que las mujeres de la tribuna llamaron "la previa".

La mañana comenzó temprano cuando a las seis venían a cortar el pasto, instalando lugares de comida, un escenario y a la hora de la siesta se esfumaron y los chicos de la colonia los reemplazaron, fueron ellos -los pequeños- que cuando estaba terminando de organizarme para irme me hablaron de la curandera, aceptaron que era el atractivo del pueblo y no fue si no hasta el próximo pueblo (El Huecú) hablando con quien riega las calles en un camión hidrante me dijera que todo el pueblo se refugia detrás de ella.

30/1

Justamente este tipo del Huecú es un personaje en sí mismo, camionero de toda la vida, panzón pero que dice comer lechuga y tomate a la tarde nomás, me contó una historia relativamente reciente -un año- que si cierta es conmovedora. Él hacía transporte de frutas de Neuquén al mercado central y de vuelta productos, que de donde los cargaba se terminó haciendo amigo del encargado que era un pibe joven que vivía en la villa no muy lejos del mercado. Contó una anécdota de entrando a buscar algo a la casa en la villa y que todos los relojeaban para comerlo y como la mujer de su amigo andaba metida en el paco.

Parece que logró convencerlos que se fueran, les consiguió una casa en la estancia de frutos, él trabajando de peón y ella en el empaqueta, los hijos -lo remarcó- caminan siete cuadras al colegio y ella no consume más nada, veía la vida de otra manera. No sé, supongo que algo feliz.

31/1

En el Huecú fue donde cambio mi rumbo, hablando con el encargado del poli-deportivo me comentó sobre la 21, unos kilómetros entrado en el escorial, había una tranquera sin señalización y con una vaca muerta de punto de referencia que daba justo a la ruta que subía a Copahue. Ahí nomás se prendió la lamparilla de montanista que llevo adentro y decidí ir a subir el volcán del mismo nombre. Me puse protector y salí a adelantar lo posible antes del escorial, ya que me dijeron que antes de las dieciocho horas era un infierno, y con sentido esas piedras de colada del volcán, basalto y la tierra negra hacía que transitarlo con el sol arriba sea un horno natural. Paré a los poco kilómetros al lado del río que le da el nombre al pueblo, descanse la tarde y continué cruzando por primera vez el río Agrío, que ya me habían comentado que su agua no se puede tomar ya que baja sulfurosa del propio volcán Copahue.

Entré en la tranquera que daba a un camino privado a través de la periferia de un campo, dormí antes que conectara con la ruta, saltando un alambrado hacía un bosque de pinos jóvenes, en todo mi tiempo en el camino habrán pasado unos diez autos nomás, luego en la ruta hacía Copahue el transito se intensificó notablemente. Dio eventualmente con el río agrio y lo siguió por la puerta de Tropeme -como se llamaba a el valle que cruzaba la cordillera frontal- en donde pedalear de cerca de las siete de la tarde escucho una señora que me chifla, bajo de la bici y agarro el bidón de agua para pedirle, al bajar me invita unos mates con tortita -un pan con grasa-. Me dice que puedo pasar la noche en su cocina, era un ambiente grande con una salamandra en el medio y muebles hechos artezanalmente en madera, todo muy rústico y sin servicios.

Me dice que "el hombre" está por llegar y cuando lo hace voy, me presento. Estaba con alguien más joven y dejan sus caballos ensillado y se van caminando por donde vinieron, ahí ella me dice que van a irse a la ciudad que junte mis cosas que va a cerrar. Me volví a subir a la bici, prendí las luces y comencé a pedalear de noche, se veía todo ya que la luna estaba casi llena, pase la hostería y antes del puente por encima del río agrío pase la noche con bastante frío.

Al día siguiente desayuno al sol y...

CAPÍTULO IV. SUBIENDO Y BAJANDO

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Después de subir al cerro de donde se veía Caviahue, llegué a Copahue y no encontré lo que me imaginaba. El pueblo era como un centro de spa brindado por una empresa privada, solo había hoteles y un centro comercial, el único lugar de acceso público y gratuito era lo que llaman laguna verde, que quizás en algún momento fue natural pero ahora estaba convertida en una pileta de agua más o menos calentita, todo lo demás costaba sus buenos pesos y pasearse por la construcción central era como un hospital con puertas para todo tipo de tratamientos para la piel, los huesos y demás giladas. Juan Pablo era médico y reprochaba todo también, nos metimos a la laguna verde como forma de bañarse y sacarse la mugre; por la noche él se quedó en el único camping que había y yo me fui a dormir al patio de una casa cerrada, y por el crecimiento de las platas, deshabitada por bastante tiempo. Vale también notar que el pueblo queda vacío en el invierno ya que hablan de cinco metros de nieve, aunque me parece raro ya que parece construido enteramente sobre aguas calientes, algunas se ven en las esquinas hirviendo al brotar del suelo.

Al día siguiente bajé del pueblo hasta la entrada del volcán, al lado del primer lago Las Mellizas, en donde un cartel de prohibido pasar se hallaba antes de un portón, ahí me puse a preparar el desayuno y a esperar a los guías que sabía iban a pasar porque Juan Pablo había contratado sus servicios por mil cien pesos, no sabía si iba a poder entrar ya que en la oficina de turismo decían que solo con guía habilitado se podía. Llegaron en camionetas 4x4 y me dijeron que el cartel estaba cuando estaba en alerta amarilla, ahora que era verde se podía pasar, me dieron un par de indicaciones y siguieron, yo terminé de desayunar y empecé a subir con la bici cuando vi que hacia para largo y cada vez más empinado la escondí enfrente a una estación meteorológica y continué caminando. Llegué a las once a donde habían dejado las camionetas y comencé a seguir el camino que iba para el sur y cruzaba varios arroyos que luego formarían el río agrio, justo antes de la gran pendiente los alcanzo, camino un poco ellos por un terreno que hacía menos de un año se había derrumbado y formado una enorme cárcava en donde se veía claramente una capa de hielo de dos metros y encima uno o dos metros más de ceniza y tierra compactada. Comienzo a subir la pendiente casi escalando, caminando en cuatro patas, marcando mi propio sendero (ellos marcaban escalones con una pala para los clientes) y llego al lado de una piedra en la periferia de la boca del volcán en donde me cruzo otro grupo que bajaba, de ahí se veía bien la fumarola y el glaciar derritiéndose y tirando agua en cascada a la laguna que se formaba en el cráter.

En el lugar almuerzo, descanso y una hora después llega el grupo, acepto un sandwich que me ofrecen, un mate y les pregunto como llegar a la cima: me cuentan que normalmente a la cumbre se sube por otro camino -el sendero norte, que sale directamente de Copahue- pero que si subo al filo lo puedo agarrar, eso si, no hay camino marcado. Es lo que hago, empiezo faldeando hacia el norte, donde se me cae el termino y tengo que bajar como treinta metros para recuperarlo. Luego llego al filo en donde el viento del oeste me pega con todo y me pongo el buzo, a lo lejos siguiendo el filo y bordeando el cráter para el oeste veo el sendero que lo sigo para el lado de Chile en donde se ve la cumbre al otro lado del glaciar, que por suerte es totalmente horizontal y está lo suficientemente duro como para cruzarlo. Casi llegando del otro lado paso un arroyo de deshielo que sea seguramente el que desemboca en el cráter y después pasando una parte de dunas de ceniza por encima del mismo glaciar llego a la base de lo que es la cumbre en donde se forman lagunitas celestes de deshielo. Cincuenta metros más arriba llego y hago cumbre, está el hito entre ambos países marcados y me anoto dejando una frase en el libro en donde leo que la última ascensión fue una semana atrás. La vista a Chile es hermosa, se ven dos pueblos rodeados por bosques.

Vuelvo sobre mis pasos cruzando el glaciar en diagonal y acortando camino, noto que mi huellas en el filo ya no están a causa del fuerte viento y vuelvo a la piedra de donde se ve la fumarola, bajo la pendiente a los saltos por la tierra, en el medio me cruzo una pareja que sabía y ya pasando el segundo arroyo alcanzo al grupo y termino de bajar con ellos, me llevan hasta la estación meteorológica en donde deje la bici, y termino de bajar con una velocidad que pensé que la bicicleta se iba a partir, subo caminando la cuesta a Copahue y me encuentro con Juan Pablo en donde tomamos unos mates con galletitas.

Esa noche me siento realmente cansado por el esfuerzo físico que hice, pero al día siguiente a las ocho y media ya estábamos preparados para bajar, paramos en Caviahue a comer algo y luego la ruta siguió asfaltada y todo en bajada donde fácilmente alcanzamos los 80km/h y para la una de la tarde ya habíamos llegado a Loncopué, descansamos hasta que abrió el supermercado grande, compramos provisiones y seguimos la ruta. Yo me quedé a los 10km y él siguió ya que andaba apurado por continuar.

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La ruta de Loncopué hasta la pampa de Codihue estuvo bien, paré en Campana Mahuida y hablé con un paisano que trabaja cerca del Co. Butahano, le pregunté para llegar a la frontera, al cerro Rahué que él llamaba Africano, me dijo que es muy difícil, se puede llegar en vehículo subiendo de Loncopué como yendo para el aeropuerto pero que después de Gendarmeria hay una huella de caballo y que la bajada al arroyo Yumu-Yumu es muy difícil, después ya se pierde el camino y queda uno ligado a la suerte y su conocimiento. También dijo que el campo al sur que se entra por el arroyo Huarinchenque y va hasta el Romero pertenece a un francés que hace años intenta llegar con máquinas al límite con Chile pero no lo logra.

Sobre la pampa y hasta el arroyo Codihué no hay nada, ahí cargué agua por última vez y agarré la ruta a Pino Hachado, kilómetros de absolutamente nada. ninguna sombra para parar que terminé esperando que baje el sol debajo de un puente de un arroyo seco que correrá en invierno. La subida es ardua y extremadamente agotadora, pero la ruta hasta Villa Pehuenia desde Pino Hachado lo ale, ya que es toda por entre bosques de Araucarias (o Pehuenes) y pequeños puestos que tienen cientos y cientos de cabras a las cuales hay que pedirles permiso para pasar.

Una vez llegado al lago Aluminé se empieza a ver más civilización como las construcciones modernas abrazan la costa norte buscando la mejor posición y la vista más bonita.

CAPÍTULO V. COMO EN CASA

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Diez días después estuve en Villa Pehuenia, varios días no hice nada y me quedé tirado en la hamaca, leyendo principalmente. El primer día que voy a conocer el centro nado desde la punta entre las dos bahías a una islita enfrente, no más de docientos metros de distancia pero lo suficiente para cansar los pocos acostumbrados brazos, ya que a la vuelta tuve que nadar de espalda utilizando los pies del cansancio en las extremidades. Luego fui hasta el mirado del cipress en donde hay una vista panorámica increíble y donde conocí a Tristar, un músico que anda trabajando la temporada tocando en los tres bares de la ciudad y que estaba ahí filmándose y lo escuche todo lo largo de su repertorio.

Él me dijo que vaya a ver a un tal Fernando Mocco que hace excursiones en MTB y me podía explicar que hacer, así fue como comencé una amistad con Fernando en donde compartimos unas cenas hablando de todo un poco, llevamos varias cosas en común y ambos somos "el colgado" viendo las cosas de otra perspectiva, sólo que a él le llego por una teoría de meditación India utilizada por los Budistas. Un día me invitó a una de sus salidas a un bosque gigante por un camino leñero, entrando a los pocos cientos de metros del camino que va a Moquehue.

Acampé en un bosque pasando gendarmeria para arriba en un viejo o no tan transitado camino de trekking hacía el volcán, en donde dos mañanas tuve encuentros con animales, como el caballo que pastaba al lado mío y al despertarme me asomo y lo miro, se le transforma la cara, primero sorprendido como alguien sale de ese capullo y luego que le hablo se aterroriza y sale corriendo.

CAPÍTULO VI. EN TIERRAS ANTIGÜAS

14/2

Salí de Peuhenia, cruzando la angostura entre los dos lagos y entré en la reserva Mapuche con intención de adentrarme en sus bosques, llegué al puesto en la entrada y escuché con detalle a donde se puede ir aunque sabía que iba para el otro lado, pagué los Ar$ 50 y comencé a pedalear como yendo a las 5 lagunas pero seguí hasta el arroyo Koyweko justo cuando desemboca al lago Aluminé, ahí decía "no pasar" pero fue muy fácil cruzarlo por un caminito de piedras que tenía, con la bici pasando por el agua. Ahí le di con toda una subida terrible, después un llano y por último baja hasta el arroyo Chañy.

Yo volví un poco el camino y empecé a subir ladera arriba hasta que legué a una pequeña pancita en donde me instalé, estaba más o meno enfrente a la casa blanca de donde el tiempo que permanecí ahí se escuchaban los chicos hablar, y más adelante como arreaban las ovejas y vacas en una veranada que tiene arroyo arriba. cansado de tanto ruido -incluido que escuchaba todos los autos pasar por el camino- seguí subiendo, crucé varios brazos del arroyo principal y me quede entre dos que formaban una "y" que tenían pequeñas cascaditas que su ruido disfruto y estaba lo suficiente alejado. La bici la até y dejé en el primer lugar con un día de provisiones para cuando volviera y me llevé el resto en la mochila.

Yo pensé primero que no podía seguir subiendo por lo tupido que se encontraba, mi idea es llegar a los 1400 msnm en 9067 de la hoja 1:50000 del lago Aluminé (3972-17-4) porque sur-oeste hay una pampita y por ahí subir al Mocho, ya que la otra opción más fácil era pasar por la casa, los corrales y subirlo desde el este, pero siempre prefiero lo complicado. Por suerte encontré ese camino entre los matorrales -principalmente cañas de esas macizas- y pude ver la vista de la vista del lago entre lo Pehuenes de treinta o cuarenta metros de altura.

17/2

El bosque gigante era tan lindo que me quedé dos noches, por la mañana la luz entraba entre las altas ramas y adornaba los altos troncos iluminando partes y resaltando la gruesa corteza que caracteriza a los Pehuenes viejos que entre todos los de ese bosque llegan fácil a la edad de bronce. El dieciséis fue el dia que subí al Mocho, baje al valle saliendo de de ese bosque, crucé dos arroyos chiquitos y comencé a subir, llegué 100 metros por debajo de la cima y armé campamento, descansé, leí y a eso de la seis salí para la cumbre, me quedé hora y media contemplando la belleza de los dos lagos, varias lagunas, picos de frontera y chilenos y un basto de bosques en casi todas las direcciones; Cerca manchones de tierra, pero todo alrededor de los lagos grandes bosques, algunos de pinos plantados, pero la gran mayoría nativos.

Caminé por la basta cumbre, del otro lado se veía el comienzo de la quebrada del Chañy -que pensé en seguir, subirla e encarar el cerro Chañy por el sur, pero no contaba con provisiones necesarias para tal empresa-, algunos picos más altos y una vertiente que se extendía para el sur y se diferenciaba verde del resto de tierra a esa altura, creo yo que tal vertiente es una de las principales formantes del arroyo Chañy, así lo confirma el mapa. Al día siguiente bajé por la falta de agua a esa altura y en vez de volver por el mismo camino me acerqué al arroyo Chañy y volví a dormir a los 1400 msnm en donde tuve una vista de la quebrada para el lago, el arroyo en el fondo y los corrales del los de la casa blanca del otro lado bajo los paredones cerro Chañy.

23/2

Continué bajando. La vuelta sencilla, encontré la bici perfectamente -aunque creo que el poblador me vio ya que silbó dos veces pero sus perros no ladraron como de costumbre- y volví en bici por el camino haciendo los 400 metros con alta diferencia de altitud, pero esta vez la adrenalina pegó con la velocidad en las curvas y al final el río tapaba la última parte del camino. Pasé el arroyo Cohiue y subí con la bici en mano y me crucé con las primeras personas con las que hablé.

Saliendo del lugar volví a la desviación para las lagunas, hice más de la mitad del camino y me volví. Llegué a Villa Pehuenia a eso de las 15hs y, como Fernando no estaba, me senté a esperarlo.

CAPÍTULO VII. BICICLETEANDO

26/2

Me quedé en lo de Fernando mientas pasaba la tormenta, el primer día me invitó a una excursión al volcán Batea Mahuída pero subiendo por un sendero que se bifurca del camino a paso del arco, pasa por varias lagunas, un hito y sube hasta el cráter que ahora es laguna, después todo en bajada hasta Villa Pehuenia; Fuimos con un médico que corría en MTB y un amigo de él que andaba mucho más lento pero se bancó toda la exigencia, yo intentaba seguirle el ritmo al deportista, pero le daba duro y solo le alcanzaba los talones cuando pasábamos por una laguna o se paraba a esperarnos.

Los otros días me lo pasé en el negocio de Fernando haciéndole compañía y el último en la casa parcheando y preparándome a salir de vuelta. Comimos bastante bien la casa y Fer se pasó cocinando las viandas. Ah, el ante-último día llovió un montón y como seguro no trabajaba fuimos a buscar una playa que tenía vista por llegar en kayak pero no había podido llegar caminando.

Nos levantamos tarde -no como planeado- y a eso de las trece dejamos las bicis escondidas al lado de un sendero que agarra en una de sus excursiones -pero que justo la última vez que la hizo se encontró con una mujer mapuche que le prohibió la entrada-, caminamos una hora y después de una bajada interminable la encontramos. El lugar es precioso: se ve el pueblo de Moquehue, la isla Lepen y casi todo el lago, vimos la tormenta acechar. La playa es súper hermosa, con piedras en vez de arena y un piedrón que escalamos como si fuera un boulder, caminamos hasta la punta en donde vimos dos cipreses increíbles, uno todo caído sobre la playa pero aún así agarrado y bien vivo -es alucinante verlos como se retuercen todo.

Cuando se nos empezó a venir encima la tormenta encaramos la vuelta. Fer andaba con el GPS del celular y aún así se perdió y cuando teníamos que subir la última lomada empezó a volver para el lago, que para no volver escalamos entre unas piedras y unas cañas y subimos al morro más pegado al agua -para entonces ya llovía- donde la vista era muy linda. La playa es super hermosa, con piedras en vez de arena y un piedrón que escalamos como si fuera un boulder, caminamos hasta la punta en donde vimos dos cipreses increíbles, uno todo caído sobre la playa pero aun así, agarrado y bien vivo, es alucinante verlos como se retuercen todos.

CAPÍTULO VIII. VUELTA A LA MONTAÑA

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Un sábado partí en bici rumbo a Moquehue con intensión de adentrarme en sus bosques, doblé en un calle aleatoria y justo salí a la doma que era el lugar que me habían dicho el camino para subir a la bella durmiente, ese día empezaban las fiestas criollas y un 504 destartalado con un gordo al volante y su hija tomando vino barato y aguado en el acompañante se me pusieron a la par, ella me convidó varias veces del vino -todo sin dejar de pedalear- y me invitó a la fiesta, cuando les dije que iba a subir a la bella durmiente al padre se le escapó que dice que ella -señalando a la hija- era la bella. Pasé por la doma y estaban jineteando, pero continué, sin saberlo, a la par del arroyo yendo norte, subí a un morro en donde veía al arroyo desembocar al lago y una vista bastante impresionante pero se escuchó el altoparlante de la doma hasta pasada la media noche, así que ahí dejé la bici -que por cierto, llegó rota la cámara de nuevo, y eso que era nueva, creo que es porque se mueve el aro de la cubierta. A la mañana espere que la nube que me cubría se fuera, ya que como había llovido los días anteriores era evidente que toda la humedad seguía en el ambiente, y partí, seguí un poco más el camino que doblaba al oeste por el lago sur del arroyo Las Ánimas, que seguí hasta que la falta de agua me atrajo a bajar la gran pendiente del camino al arroyo y tomé la mala decisión de acampar justo al lado. A la tarde se vieron los picos cubiertos por nubes y durante la noche bajaron a donde estaba, empaparon todo, la hamaca casi que goteaba, y no pude dormir mucho del frío que tenía, tuve que esperar a las diez de la mañana para que el calentara un poco la cosa y retomé el camino sur, me crucé con caballo mancitos y al rato encontré un camino leñero que subía la montaña, lo seguí entre cañas hasta que no pude más, entonces empecé a faldearlo y me encontré con una quebrada de un arroyo seco que era imposible de pasar sin sufrir sus consecuencias, encontré una piedrota tipo boulder y lo subí, la vista era amplia ya que pasaba por encima de las copas de los árboles, volví a bajar al arroyo y continué un poco más y subí un bosque de Lengas y Pehuenes con muchos árboles aun en pie pero blancos y ahí me quedé, dos arroyos secos después de la gran piedra, entre cañas secas y gigantes muertos, con vacíos de sol y zonas húmedas, a unos diez metros de una madre pehuen tirando muchos piñones varias veces al día.